La Última Historia de Cronovisor...


5:40 de la tarde y las puertas del vagón del metro se abrieron. Un vendedor de enciclopedias "digitales" en CD, se abrió paso entre la gente que además de los asientos, ocupaba todavía cada espacio disponible también en los pasillos. 

Tenía prisa por llegar hasta el extremo final de ese transporte, todo con la intención de que cada persona que viajaba a esa hora, pudiera ver la mercancía que tenía a la venta. 

Aquel había sido un día malo... Demasiado caminar, pocos clientes y por ende muy pocas ganancias, pero la suerte puede cambiar en un instante, pues justo en la parte final de ese vagón de la línea 6 del metro; una mujer madura que viajaba junto a un par de niños, se interesó en lo que aquel hombre tenía para ofrecer.

Como era la hora cuando todos regresan a casa después del trabajo; para poder acercarse el vendedor tuvo que abrirse paso hasta ahí como pudo, y para ello fue necesario esquivar a un joven alto y delgado que se sostenía del tubo de metal  colocado en la parte superior del techo y diseñado de modo especial, para que quienes no alcanzaban asiento pudieran sostenerse mientras el metro iba en movimiento.

El hombre llegó hasta el lugar en el que aquella madre de familia solicitaba su presencia; pero el destino, que siempre "se entreteje" de mil formas distintas, esta vez vino a recaer en una chica que en lo absoluto tenía que ver con ellos, pero que en ese instante viajaba adentro de ese mismo vagón, justo un asiento más atrás.

Al parecer venía cansada o demasiado abstraída, puesto que permaneció con la cabeza recargada en el cristal de la ventana por el cual desfilaban a gran velocidad andenes y montones de gente a la espera de poder subir o bajar cuando el vagón se detuviera.

Era difícil intentar adivinar lo que pensaba o sentía, y quizá fue por ese mismo estado de abstracción, que ella jamás se dio cuenta que en teoría no viajaba sola, porque alguien la observaba muy de cerca.

Nadie lo noto, pero el chico que viajaba de pie (y que el vendedor tuvo que esquivar para llegar hasta donde se encontraba la madre de familia), durante todo el camino no le quitó la vista de encima.

Si alguien a su alrededor hubiera sido un poquito más observador, se habría dado cuenta que la presencia de aquel joven en el mismo vagón que la chica no era ninguna casualidad, porque aunque él lo disimulaba muy bien, el poder de una mirada es tan fuerte, que por más distraída que estuviera, llegó un momento en el que la chica del asiento junto a la ventana sintió que alguien la veía y por fin salió de su estado de abstraimiento, para buscar... O más bien cerciorarse, de si entre la gente a su alrededor alguien la veía.

Al parecer no... Pues al echar un vistazo rápido a su alrededor no se encontró con nadie que se encontrara mirándola fíjamente; aunque la realidad fue que ni siquiera revisó bien, porque al volver la vista en dirección hacia donde se encontraba aquel joven que la observaba, él fue lo suficientemente hábil como para darse cuenta que ella lo había descubierto, pero no le fue nada difícil ocultarse; pues con disimulo, simplemente se inclinó hacia atrás, y quedó oculto entre la gente que al igual que él se encontraba de pie en el pasillo.

Un poco más tranquila la chica volvió a sus cavilaciones con la cabeza apoyada sobre el cristal de la ventana; pero ese estado duró muy poco, porque llegó en ese instante al final de su recorrido.
Unos cuantos minutos después, cuando el vagón se detuvo y las puertas se abrieron; ella abandonó su asiento; se dirigió a la salida entre el tumulto de gente y pasó incluso delante del misterioso joven que en forma todavía mucho más disimulada continuó observándola todo el tiempo.

Los asientos y los pasillos aún no se vaciaban del todo, pero contrario a lo que pudiera pensarse, una vez que la vio salir, él no fue detrás de ella.

De pie todavía y sostenido del tubo como si el metro se encontrara todavía en movimiento; una vez que la chica salió, él se limitó a seguirla con la mirada. Luego, sacó de uno de los bolsillos de su camisa unas gafas extrañas con los cristales en tonos azules y violetas... Se las colocó para mirar a través de la ventana y vio como la chica se reunía en uno de los andenes con un muchacho muy apuesto que de primera impresión parecía que ya la esperaba por la forma en que la recibió.

El joven del interior del metro, se quitó las gafas en el instante en que vio que ambos se abrazaban y la imagen que se reveló ante sus ojos ya desprovistos de los espejuelos fue la de la chica esperando sola, con el bolso colgado en el hombro en pleno andén.

Volvió a colocarse los anteojos y al dirigir su mirada de nuevo hacia la chica, descubrió el momento preciso en que ella y el chico que la esperaba se daban un beso.

No pudo soportar ver eso y de inmediato se quitó otra vez los lentes.... En ese instante el vagón comenzó a andar de nuevo, ya todos se habían ido y solamente él seguía todavía ahí de pie.

El metro comenzó a andar poco a poco, volvió a colocarse las gafas; y a través de los cristales de colores atestiguó como la pareja se alejaba de ahí mientras iban abrazados.

Ya no se los volvió a quitar; ni tampoco dejó de verlos ya. A medida que el vagón aceleraba su marcha, dejando atrás la figura de aquella pareja caminando abrazada; un sentimiento oscuro también comenzaba a crecer en su interior y se iba apoderando poco a poco de él.

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Había pasado ya algún tiempo desde que Mauro la vio por primera vez, pero él lo recordaba como si hubiera transcurrido apenas el día anterior; cuando la realidad era que sucedió en otoño del 2001, a la mañana siguiente de que él se mudó a ese edificio viejo, para alquilar un departamento en el que además de la ventaja de poder llegar más rápido a su trabajo (dentro de un despacho que ofrecía consultorías de ingeniería); Mauro tenía un balcón no muy grande que asomaba a la calle, y que a pesar del espacio tan reducido, a él lo hacía sentirse libre, pues muchas veces era el único lugar donde podía fumar con total libertad.

Así fue como la conoció a ella, en una de esas tantas tardes cuando luego de volver del trabajo la vio llegar a su casa (ubicada justamente enfrente del edifico de departamentos donde él vivía), en el extremo opuesto de la calle. Mientras él fumaba recargado en la barandilla del balcón, apenas un instante después de volver del trabajo.

De primera entrada le pareció una chica hermosa, y a partir de ahí todos los días se convirtió en una especie de costumbre salir al balcón a fumar y esperar el momento en que cuando las manecillas del reloj se instalaban entre el número 7 y el 12, ella aparecía al final de la calle y caminaba hasta la entrada de la casa resguardada por un montón de macetas en forma de rana y que contenían diversas flores y plantas de ornato.

Al cabo de unas cuantas semanas y a fuerza de tanto observar, fue ensamblando con las piezas que ella le daba, lo que en realidad era su historia. Supo que se llamaba Valeria, que era estudiante universitaria (porque de lunes a Viernes salía y regresaba cargando libros y cuadernos); que vivía con su abuela;
-que por cierto fue quien le reveló como se llamaba- una mañana cuando salió tras de ella hasta la calle, llamándola por su nombre para evitar que se fuera dejando olvidado el teléfono celular.

Supo también que tenía un grupo de amigas muy reducido con quienes salía de vez en cuando por las tardes, y también que los Domingos acompañaba a su abuela a la iglesia. Cada séptimo día, al cuarto para las 8, Valeria salía del brazo con su abuela, para cumplir con religiosidad ortodoxa, con una costumbre muy particular de su familia.

Para ese entonces, esa extraña necesidad de sentirla cerca y conocer más a fondo cada detalle de su vida, lo llevó a desempolvar del armario su vieja cámara de fotos, con la que se dedicó por completo en su tiempo libre, captar a través del gran angular, las más de 100 llegadas y salidas de Valeria a su casa; y tantas otras de sus expresiones registradas durante varios meses.

Había días en que cuando tenía un poco más de tiempo disponible, Mauro la seguía cámara en mano a cualquier parte hacia donde ella se dirigía. Los recuadros impresos con las imágenes en donde ella aparecía en distintos momentos de su vida diaria, pasaron de llenar la parte media y oculta del colchón bajo su cama, a convertirse en una especie de collage suspendido con el que tapizó por completo el plafón del techo que cubría el espacio frente a su cama.

Durante muchas noches se quedó dormido observando cada una de esas fotografías, de las que memorizó cada uno de los rasgos de Valeria; pero como para él aún no era suficiente; cayó en el juego obsesivo de querer obtener cada vez más y más imágenes a menos metros de distancia... La adrenalina de estar cercano a ella, corriendo el riesgo de ser descubierto en cualquier momento se volvió adictiva para él; pero lo convirtió además en todo un experto en el arte del ocultamiento y la evasión.

Todo iba muy bien, hasta que de pronto, en medio de todas esas imágenes Valeria ya no aparecía solamente con sus amigas. Al cabo de apenas unas cuantas semanas la imagen de un chico, comenzó a ser frecuente en las fotos que Mauro llevaba a revelar cada vez que el calendario indicó el punto donde terminaba el mes.



En otras circunstancias eso no importaría, pero el problema comenzó además de aparecer ya en la mayoría de las fotos, esas mismas imágenes le revelaron que para Valeria ese chico era especial.

Cuando tomó consciencia de la situación Mauro se llenó de rabia, no sabía porque, pero una extraña y desagradable sensación le carcomía las entrañas cada vez que ya fuera en una imagen o en tiempo real los llegaba a ver juntos.

A pesar que le dolía y que se convirtió en un suplicio atestiguar desde el balcón todos los días su regreso, no dejó nunca de seguir los pasos de Valeria: aún con el malestar y los sentimientos encontrados que le producía verla con otro; pues para Mauro se convirtió en un juego obsesivo estar al tanto de cada uno de sus pasos.

Una noche de Sábado en la que particularmente los acechaba muy de cerca mientras Valeria y su novio decidieron salir a caminar, luego de varios minutos, doblaron sin ninguna prisa en una esquina que conducía hacia un callejón. Mauro apresuró entonces el paso, y se guardó los sentimientos iracundos junto al estuche de su cámara, pues de no hacerlo, corría el riesgo de perderlos de vista.

Luego de atravesar por el mismo pasillo estrecho, sobre el cual tenían que invertirse varios minutos para poder cruzarlo de extremo a extremo; un mundo completamente diferente se abrió frente a sus ojos; pues el trayecto por medio de ese callejón oscuro y tan angosto, irónicamente conducía hacia una calle muy grande e iluminada, sobre la que se encontraba un gran bazar.



A pesar de que el bullicio y la cantidad de gente que circulaba de un extremo a otro le permitió seguirlos todavía mucho más de cerca (sin levantar sospechas); Mauro estuvo a punto de perderlos de vista, pues el ruido, las voces, los aromas de aquel lugar eran demasiados y tan envolventes que lo distraían. Durante algunos minutos los siguió, tratando de no quedarse rezagado entre tantas personas que avanzaban tan lento; hasta que tuvo que simular ser un comprador más en uno de los puestos; para no seguirse de largo y al mismo tiempo no verse demasiado obvio ante Valeria y su novio que se detuvieron para ver la mercancía en uno de los puestos.

Mauro estaba a pocos pasos; pero cuando vio que la espera se prolongaría; no le quedó otro remedio más que dedicarse a ver también él, todo lo que se vendía en el puesto frente al que por fuerza tuvo que detenerse.

Pero nada es casualidad en la vida, y su interés simulado se volvió genuino cuando en una pequeña tienda montada entre varas de bambú y telas de colores remendadas, sobresalía una mesa con objetos extraños de todo tipo que invitaban a acercarse.

Mauro no dudó en cruzar hacia el otro extremo, y comenzó a curiosear entre las antigüedades y figuras de deidades que un mercader marroquí, que surgió apenas Mauro puso un pie a la entrada de la tienda; le contaba en tono cansino y de acento extraño, que cada uno de esos objetos podía llevárselos por muy buen precio.

Mauro no dijo nada, se limitó a seguir curioseando entre los objetos que llenaban por completo la mesa; y porsupuesto. después de que se cercioró que la pareja que seguía estaba todavía en el puesto de unos metros más adelante.

Fue en ese instante que tomó sin ver si quiera el primer objeto que alcanzaron sus manos y que al enfocar de nuevo su concentración y vista a lo que él estaba haciendo; descubrió que tenía un estuche antiguo entre las manos, y que al abrir le reveló unas gafas bastante extrañas.

El mercader, al ver su interés en tan curioso objeto, le contó toda una historia acerca de un país lejano, de donde provenían esas gafas y que Mauro no creyó en lo absoluto.

Estaba a punto de cerrar el estuche y dejarlo en el mismo sitio de donde lo había tomado; cuando de pronto, otro comerciante de un puesto contiguo; se acercó y comenzó a reclamarle al marroquí el pago de algo que al parecer le debía. El mercader, quiso convencerlo de que se calmara; pero el hombre estaba demasiado alterado, y para evitar que la gente -que ya comenzaba a verlos- se enterara de la mala reputación que tenía; hábilmente lo condujo hacia el interior de la tienda con la promesa de entregarle alguna mercancía valiosa, que compensara en especie la cantidad que le debía.

A Mauro eso no le importó; al contrario, le alegró la idea de poder seguir husmeando entre los objetos sin alguien que estuviera acosándolo con la intención de cerrar una venta. En ese instante, la luminosidad de las antorchas de un hombre que hacía malabares con fuego y que venía acercándose poco a poco montado en unos zancos; lo distrajo repentinamente y sin saber porque, a Mauro se le ocurrió colocarse las gafas raras del estuche que todavía tenía entre las manos y entonces vio como el artista de los malabares prendía intencionalmente la tienda del mercader.

De inmediato se quitó las gafas y descubrió que todo seguía en orden y el hombre de los zancos aún estaba algo retirado de ahí, pero de pronto entendió que al igual que él disimulaba porque también estaba esperando a alguien...

Cuando vió que comenzaba a acercarse en dirección hacia la tienda del mercader; Mauro no lo pensó dos veces. Metió de nuevo las gafas dentro del estuche y se alejó a toda prisa de ahí.

Unos minutos después, el ambiente se tornó pesado, cuando alguien gritó que una de las tiendas se estaba incendiando y el fuego comenzaba a extenderse. La gente comenzó a correr despavorida en todas direcciones y en medio del tumulto Mauro volvió a colocarse las gafas y miró en dirección contraria, donde a lo lejos se observó el mismo caminando abrazado de Valeria... Impresionado, se las quitó de nuevo, casi como si quisiera arrancarlas; y desconcertado, las observó con curiosidad y lleno de extrañeza.

Adelante, en el camino, justo en el punto hacía donde había enfocado su mirada no había nadie, sólo la gente que corría en todas direcciones y que regresaba con recipientes repletos de agua y en dirección hacia donde se había originado el incendio.

Valeria tampoco ya no estaba; Mauro la perdió de vista; pero ya no importaba eso; pues ahora tenía en sus manos algo que si bien era cierto no tenía ni la menor idea para que servía; algo en su interior le hizo saber que sin importar si era falso o verdadero lo que se reflejaba a través de esos cristales; su vida, estaba a punto de cambiar...

Continuará...

Comentarios

Cuando no entiendo bien una historia me gusta, no sé si es curiosidad o tratar de entender lo que quiso expresar la persona que lo escribió.
Obsesión?, viajar en el tiempo?, objetos extraños que te cambian la realidad?, una historia de amor?, no sé, pero está bueno, es rara la sensación de que esas preguntas no tengan respuestas, o de la nada se te ocurra darle un final o un comienzo a todo lo que leí acá.

Creo que mi comentario fue tan extraño como el post, que insisto me gustó.

Continuará...

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