La Noche del Milagro En El Bar



Iba sola por las calles céntricas de la ciudad, era ya un poco tarde y no pensaba en nada más que en llegar a casa lo antes posible para descansar.

A pesar de la hora, su apariencia era aún presentable. Conjunto de vestir conformado de chaleco y pantalón de pinzas en tono oscuro. Toda una obviedad para una bella oficinista rayando en la treintena. Un atuendo formal que combinaba a la perfección con la blusa tipo camisa de color claro matizado de líneas oscuras y delgadas.

Su peinado tampoco era perfecto, un pequeño chongo con algunos cabellos que en rebeldía se le escapaban por ambos lados del rostro en esa parte final del día. Toda esa imagen en contraste con lo que era tal vez un estado de ánimo que de adentro hacia afuera se percibía un tanto adormecido, pues había pasado poco más de tres años entre la rutinaria obligación de trabajar y estudiar.

Aquella noche la prisa por volver a su espacio era inminente, pero de manera contradictoria algo dentro de si la hacía desear al mismo tiempo no llegar; pues tenía "hambre" de hacer y de vivir un cierre de día distinto. Así que sin pensarlo mucho, de pronto la idea de desviarse del camino fue mucho más fuerte y entonces perfiló sus pasos hacia uno de los bares en esa zona de la ciudad.

Mientras avanzaba con paso decidido, la chica cayó en la cuenta que el primer inconveniente era que no tenía el look perfecto para encajar en un sitio como ese. Fue así como sin detener en ningún momento sus pasos, que en el camino se despojó del chaleco formal y lo metió en su bolso; luego liberó algunos botones de su blusa de los ojales, justo en el límite del escote, para luego doblarse las mangas a la altura de ambos antebrazos y convertir su chongo formal en una coleta semidespeinada que si bien no negaba su facha de oficinista, al mismo tiempo le brindaba un aire desenfadado y casual.

Unos minutos después cruzó el umbral del primer bar que encontró a su paso. El lugar estaba lleno de gente que evidentemente tenía mucho más edad que ella, y a simple vista era perceptible acudían a ese sitio por una costumbre que se instauró con los años.

Aquel ambiente no era lo adecuado para un alma hambrienta de aventuras, así que no pasaron ni quince minutos, cuando aquella chica (de quien no sabemos ni su nombre), abandonó ese sitio y volvió a la calle dispuesta a que la noche la sorprendiera.

No tuvo que caminar mucho, de modo simple se dejó guiar por la intuición y a poco menos de una cuadra distancia se encontró con la puerta de otro bar al que no dudó en entrar.

Mientras atravesaba la entrada, sonrío consigo misma pensando en que aquella noche deseaba de verdad dejar de lado todos sus prejuicios, para quizá embarcarse en la desenfadada adrenalina que podía ser capaz de producirle el romance de una noche.

Con esa idea en su cabeza, ocupó un lugar junto a la barra de esa taberna que estaba prácticamente desierta. El barman la distrajo de sus propios pensamientos al preguntarle si le ofrecía algo de beber. Sin ni siquiera razonarlo su petición lógica fue una cerveza, y mientras la bebida oscura de cebada resfrescaba su garganta, descubrió en el extremo contiguo de la barra desgastada de madera a un hombre que por la forma en como la miraba, posiblemente podía ser un candidato ideal para lo que desde el instante mismo que entró ahí imaginó.

La noche avanzaba a pasos agigantados, y aunque la medianoche siempre ofrece sorpresas y revelaciones en lugares como ese, todo parecía indicar que su idea de una madrugada diferente no era precisamente lo que el destino tenía reservado para ella.

Si, en la mirada del hombre al otro lado de la barra se evidenciaba el interés y la atracción, pero había algo en ella que quizá era intimidante... Así que sin haber intentando por lo menos un cruce de miradas o algún saludo que propiciara un primer intento de conversación, el hombre apuró el trago que en ese momento bebía, pago la cuenta y abandonó a toda prisa su lugar, pasando justo a sus espaldas para marcharse del bar.

Tal reacción fue totalmente inesperada y divertida para esa chica... Ella se encogió de hombros, puesto que no era la primera vez que le pasaba, pero de alguna manera no estaba dispuesta a que su noche se arruinara y decidió seguir refrescando su garganta y su alma sedienta de la magia de algo distinto mientras su mirada recorría a detalle cada rincón de ese pequeño bar.

A diferencia del primer lugar que había visitado, el sitio donde se encontraba ahora era todavía más austero... Tal vez esa no era la manera de definirlo, puesto que una vez que comenzó a recorrerlo más a detalle, se dio cuenta que por la misma ausencia de visitantes, en aquel bar imperaba una atmósfera en la que los objetos deteriorados y antiguos, convivían en armonioso silencio con la nostalgia.

A pesar de esa circunstancia ella se sentía cómoda en ese sitio. En eso pensaba mientras estaba a punto de beber el último sorbo de la primera y única cerveza que tomaría en toda la noche. La idea de experimentar algo diferente no se difuminó del todo de su alma y de su mente, pero de alguna manera, la chica entendió que el destino suele diseñar y trazar circunstancias tan distintas a las que uno se imagina.

Así fue, mientras reflexionaba sobre todo esto, sus ojos tropezaron con un piano que al llegar le pasó por completo desapercibido y que tan inmóvil como silencioso, era apenas iluminado por el letrero de neón colocado al centro del único ventanal que asomaba hacia la calle.

Sin dudarlo ni un segundo abandonó su lugar frente a la barra y se dirigió hacia el enorme instrumento que se hallaba cubierto por una especie de forro hecho de madera burda en mezclilla, y que por la cantidad de polvo y botellas que tenía colocadas encima, ponía en evidencia que aquel piano desde hacía mucho tiempo servía para todo, menos para producir música.

Algo dentro de si la llevó a desocupar como pudo la superficie, y aunque las partículas de polvo al descubrirlo le provocaron una tos espontánea, eso no amedrentó a su espíritu y luego de unos minutos sus dedos recorriendo de manera tímida las teclas blancas y negras que despertaron del prolongado letargo al piano, al mismo tiempo que sucedió con un talento que ella misma llevaba consigo y al igual que ese instrumento permaneció durante mucho tiempo olvidado.

Las notas poco a poco tomaron forma y se convirtieron en acordes, que un hombre solitario quien desde la penumbra no era visible, había estado ahí durante todo ese tiempo observándola.

Su curiosidad se convirtió en asombro cuando cada tono que la chica le arrebataba al piano comenzó a conformar en tiempos y compases la melodía de una canción antigua.

Aquel desconocido no pudo evitarlo y cuando la chica dejó de acariciar con sus manos el teclado robándole sonidos, se acercó hasta ella para preguntarle así sin más cómo era posible que alguien tan joven pudiese tocar de esa forma una melodía de la que nadie se acordaba ya.

Antes de responder la joven se dio cuenta que el hombre era simplemente el autor de esa canción antigua y de modo simple le explicó que era una canción que ella había escuchado y aprendido desde niña y que de alguna manera siempre la acompañó.

Él se sentó a su lado en el desvencijado banquito de madera frente al piano, y ambos volvieron a darle vida a aquel viejo piano abandonado al tocar juntos algunas notas de esa mágica canción que hablaba de un velero y de una historia llena de magia.

Era increíble como aquel compositor venido a menos desde hacía mucho tiempo, aquella noche, gracias a un alma hambrienta de magia volvió de nuevo a la vida, y tras varios minutos de charla y notas ejecutadas en conjunto, el viejo compositor le preguntó a la chica ¿cuál era la canción de su vida y si esa noche podía compartirla aunque fuera un poco con él?

Los dedos de la chica se deslizaron con delicadeza una vez más sobre las teclas de marfil desgastadas y teñidas de un color ocre producido por el tiempo... Sería difícil definir con exactitud cuál canción era, puesto que  los sonidos que sus manos le arrebataron ya pasada la madrugada a ese instrumento resonaban de la manera que sucede con la  canción que imaginas tú. Esa que silenciosa habita en tu interior como lo que hasta ahora para ti ha sido la mejor canción...

Después de acceder y compartir con él los sonidos que desde siempre resonaban en su alma, la chica decidió marcharse, pues aunque la madrugada aún era larga, ella debía volver al siguiente día a la realidad de su trabajo y a su mundo de siempre.

El compositor le agradeció con un beso gentil que plantó en el anverso de su mano, el haberlo hecho revivir en esa noche de la misma manera que lo hizo con el piano.

Ella tan sólo asintió y le devolvió una espontánea sonrisa, para luego emprender el camino de regreso, tal vez sin dimensionar del todo lo que fue capaz de lograr en esa noche.

Retomó una vez más las calles del centro, pero esta vez con una extraña y agradable sensación dentro del alma, pues aquella noche había sido diferente... Quizá no encontró al amor de su vida, pero se reencontró con alguien que tal vez conocía demasiado bien y dejó de lado en el pasado... Esa madrugada caminaba a su lado mirando al mundo desde el propio brillo de sus ojos y aunque su vida tal vez no cambiaría de manera radical luego de ese incidente, algo dentro de si la hacía saber que la música y las letras son capaces de difuminar la oscuridad del sitio más sombrío en el corazón de alguien, y justo eso fue lo que le hizo sentir el alma plena aquella noche que sin darse cuenta la vida le regaló la posibilidad de un milagro en el bar.

Que siempre, a pesar del silencio resuene en tu alma una canción que estremezca a tu corazón.

-Inicios de la primavera, Abril, 2016-

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